I.
Me siento medianamente orgullosa de ser poco hinchapelotas en lo que a maestras jardineras se refiere. Soy primeriza y en 27 meses de jardín maternal sólo una vez me quejé de algo: del, a mi entender, excesivo aire acondicionado durante el verano -en mi opinión, regulado pensando en las maestras y no en los chicos que suelen llegar transpirados al jardín, al menos los de turno tarde-. Pero en general soy bastante copada -incluso diría de la exitistas, o excitadas, que se emocionan cuando las convocan a mandar alguna boludez al jardín y dedican horas a pensar en la «tarea»-. No obstante, siempre llega un día en que algo que hizo/hace una persona a la cual confiaste a tu hijo no te gusta nada…
II.
Hace un tiempito que P. aprendió a preguntar «queseso». Desde entonces usa muchísimo el índice de la mano derecha: apunta y lanza «queseso», con un tonito que es dulce y gracioso las primeras 25 veces y empieza a resultar un toquecín cansador las siguientes 345.983.
– ¿Queseso?
– Una luz.
– ¿Queseso?
– Una lámpara que está apagada.
– ¿Queseso?
– Un bicho bolita.
– ¿Queseso?
– Un bicho bolita
– ¿Queseso?
– Ya te dije, un bicho bolita.
– ¿Queseso?
– A ver, ¿qué es eso?
– Un bicho bolita.
– Muy bien.
– ¿Queseso?
– La estufa, que no se toca porque quema.
– ¿Queseso?
– LOSPAPELESDELTRABAJODEMAMÁQUENOSETOCAN.
Imagino que ya se van imaginando mis días…
Pues llegó uno en que mi respuesta a su ya clásico queseso fue un «la Catedral». Desde entonces, cada vez que la ve (les cuento que la «nueva» Catedral tiene dos torres altísimas que se ven, casi, desde cualquier punto de la ciudad, o sea que la ve muy seguido) grita «la Cateal». Tanta fascinación le genera que ya dos veces, haciendo tiempo, me metí mis… opiniones en algún lugar recóndito y lo llevé a recorrerla por dentro. Después de todo, es un bello palacio arquitectónico y un gran atractivo turístico para toda Sudamérica, ¿no? Asique le mostré los techos altísimos, los bellísimos vitraux, esquivé las dos estatuas de Cristo (una en la cruz, otra luego de la cruz, desangrándose) porque para escenas de tortura ya va a tener tiempo, y me vi corriendo tras él al grito susurrado de «acá no se grita» y «acá no se corre». Correr al grito de «no se corre» es una experiencia única.
La cuestión es que hace unos días le estaba contando a mi madre, adelante de P., que fuimos a la Catedral, y el niño acotó muy convencido y en un lenguaje nunca tan bien pronunciado: «ahí vive Jesús». Madre y yo nos miramos y dijimos al unísono: «la abuela L.». No podía haber otra respuesta.
III.
Mi suegra es bastante copada como niñera. Mi suegra pregunta. ¿Qué te parece que le dé de merienda? ¿Toma jugo o mejor le doy agua? ¿Y juguito exprimido? ¿Lo llevo a la plaza o hace mucho frío? ¿Qué pañales compro? Quizás pregunte demasiado, pero entre los dos extremos prefiero éste, porque lo entiendo como una forma de respeto por la autoridad mater-paterna.
Ahora bien, la casita de Jesús, su casita de Jesús, estaba poniendo en duda todo esto.
Asique el jueves me apersoné con el niño, como todos los jueves, en su casa, y le conté que fuimos al médico del pie y que todo bien, y le dije que no, que no me parecía que vayan a la plaza porque ya está refrescando, que sí, que mi abuelo está mejor, que gracias. Y justo antes de despedirnos, con la voz más dulce e inocente que me salió y unos grandes ojos expectantes lancé:
– L., ¿vos le dijiste a P. que en la Catedral vive Jesús?
Sospecha: vive a 5 cuadras de la Catedral y desde su balcón se ve perfectamente.
– Sí. ¿Está mal?
– No, mal no, pero…
Pero. ¿Pero qué? Por supuesto que lo tenía más o menos ensayado, no así ella, que fue tomada por sorpresa.
– Yo entiendo que estas cuestiones tienen que ver con tus creencias, con tu identidad, me parece lógico que las trasmitas. Lo que a mí me gustaría es que cuando le digas cosas como esas antecedas con un «yo creo que».
Yo creo, yo opino, a mí me parece, a mí me dijeron, me contaron, yo pienso, mil y una expresiones que permiten trazar esa brecha entre La Verdad y una versión posible.
– Se lo dije como una cuestión simbólica, como quien dice que en el castillo vive el rey.
– Me imagino que te salió espontáneamente. Si me hubiera preguntado a mí quién vive ahí seguro le hubiera contestado otra cosa…
– ¿Le hubieses dicho que vive el cura?
– No. Le hubiese dicho que no vive nadie y que trabaja un señor los domingos. Probablemente luego le dijera quién le paga el sueldo a ese señor. Y qué pienso yo de que le paguemos el sueldo. Pero todo eso de más grande. Por ahora, sólo que no vive nadie y trabaja un señor los domingos.
También cometí sincericidio.
– Yo no soy una persona tolerante. Pero quiero educarlo a P. en la tolerancia y el respeto por la diversidad. J. y yo decidimos que va a tener una educación laica, pero se va a cruzar con mil católicos. Y de a poco irá formando su propia opinión y cuando sea grande podrá decidir sobre estos temas.
IV.
No sé de dónde me viene tanto anticlericalismo. Sí, mis padres son ateos. Pero no siempre lo fueron. Mi padre era católico, mi madre, luterana. Mi abuelo, incluso, pastor. Y ninguno de los tres se ha enemistado con la iglesia. Simplemente se alejaron. Incluso mis padres me preguntaron si quería tomar la comunión cuando todas mis compañeras de colegio (laico) lo hacían y yo decidí que no.
¿Habrán sido tantos años de marxismo en la facultad? No. Ya en el secundario me generaban bastante rechazo los santitos y virgencitas que inundaban la casa de una de mis amigas.
«Entre la cruz y la espada» representa sin lugar a dudas a la poco honrosa iglesia católica argentina. Nunca mejor elegido el título de Obregón. Sí, hubo y hay gente rescatable allí, pero serán un 5, no más de un 10%.
Y en cuanto a Jesús… bueno, mi abuelo lo ha sintetizado perfectamente: cristianismo es amor al prójimo. Mi abuelo siempre cuenta esa parábola en la cual hay una persona que se está ahogando y un cristiano se pone a rezar para que se salve. Y un ateo se arremanga y se mete a salvarlo. «¿Quién es más cristiano?», pregunta mi abuelo.
Entre la espada y la pared… ¿quedó mi suegra o quedé yo?
Ya nos sabemos de memoria la frase de Gibrán sobre los hijos de la vida y los arcos y las flechas. P. será lo que quiera ser. Pero yo sigo cruzando los dedos y repitiendo como un mantra «que sea ateo, que sea ateo», como las embarazadas repiten «que sea sanito».
Y bueno, ya lo dijo Fito: errar a veces suele ser humano.